miércoles, 27 de febrero de 2013

La tierra debe ser una prioridad

 
 
Por Luc Gnacadja, Secretario Ejecutivo de la Conveción Marco de la ONU de lucha contra la Desertificación.

 
Las noticias que nos llegan desde la Conferencia del Clima en Catar no son esperanzadoras. La inacción y el retraso a la hora de aplicar medidas nos llevan hacia la autodestrucción, cuyo impacto es cada día más evidente.

Casi todas las regiones están afectadas por la sequía. España sufrió una gran sequía el último año. La disponibilidad y la escasez de agua están ligadas a la degradación de la tierra. De hecho el prerrequisito del “agua para la vida” es un suelo sano.

Puesto que la producción de energía y alimentos depende del agua, es obvio que su escasez lleva a una insuficiencia de energía y alimentos. Algo bastante preocupante si se tiene en cuenta que se espera que la demanda para el año 2030 de alimentación, energía y agua aumente un 50, 45 y 30 por ciento respectivamente.

Son 7.000 millones de bocas las que hay que alimentar hoy en día. Cada uno de nosotros consume entre dos y cuatro litros de agua diarios. Para el año 2050 habrá que añadir otros 2.000 millones. Los precios de los alimentos continúan aumentando en todo el mundo. En 2012, fenómenos climáticos extremos, particularmente la sequía, han causado pésimas cosechas y por consiguiente una mayor inseguridad para los más pobres.

Cada año se pierden más de 24.000 millones de toneladas de suelo fértil, el más significante y no renovable recurso terrestre, algo que equivale a más de 3,5 toneladas por persona y año.

La erosión del suelo provoca la contaminación y la pérdida de los recursos hídricos. El cambio climático lleva aparejado un aumento y expansión de la aridez y las sequías, haciéndolas más frecuentes y severas. Los recursos naturales se encuentran bajo fuerte presión y ante un círculo vicioso.

Trágicamente son los más pobres los que más sufren. Algunos, viendo cómo sus ecosistemas y medioambiente se van degradando, se ven forzados a dejar sus hogares, incluso atravesando fronteras, en busca de mejores condiciones de vida.

Este escenario, el de poblaciones desesperadas y hambrientas que se ven forzadas a desplazarse, supone un riesgo para todos nosotros. Para que haya un cambio tenemos que cambiar nuestra relación con los recursos naturales y con nosotros mismos.

Debemos ir más allá del discurso del mundo desarrollado que dice “pobres aquéllos, que necesitan “nuestra” ayuda”. Necesitamos trabajar todos juntos para encontrar soluciones, proactivas, pragmáticas y prácticas, aunando todas las habilidades, todo nuestro conocimiento e inteligencia y nuestra capacidad para pensar en el futuro y encontrar soluciones que creen una situación beneficiosa para todos, para el planeta.

El agua y la seguridad alimentaria están relacionadas. Ambos dependen de la seguridad del suelo y deben ser prioridades de nuestras agendas políticas y de desarrollo y deben tratar las cuestiones de manera logística. Hasta la fecha las respuestas han sido volátiles. La gestión de la tierra será la llave de este enfoque holístico. No debemos dejar que nuestro futuro se seque.


Luc Gnacadja
La gestión sostenible de la tierra produce comunidades que con capacidad de resiliencia al cambio climático y libres de pobreza extrema. Esto contribuye a la mitigación y adaptación al cambio climático, frena la pérdida de biodiversidad y ayuda a evitar los peores excesos del conflicto medioambiental y la migración forzosa. Además, trae estabilidad y oportunidades de crecimiento.

Las últimas dos décadas nos han enseñado que la desertificación, la degradación de la tierra y la sequía impiden el desarrollo sostenible de todas las naciones. Por ello el fin al que aspiraron los líderes mundiales en el “Futuro que queremos” es ahora “lograr un mundo con una degradación neutra del suelo en el contexto del desarrollo sostenible”, lo que significa evitar la degradación o reducir el riesgo de la degradación de la tierra o ambas, así como invertir en la restauración de la productividad de la tierra degradada.

Si queremos cambiar la situación actual debemos poner a la tierra productiva y sana en el centro de las prioridades, no en la periferia, como piedra angular de la elaboración de políticas, y promover las intervenciones de bajo coste que usan el conocimiento heredado así como políticas que no sacrifiquen ni el crecimiento ni la protección del medioambiente.

Fuente: efe.com

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