miércoles, 2 de diciembre de 2020

Una responsabilidad social corporativa integrada en el ADN empresarial

 

La responsabilidad social corporativa (RSC) es mucho más que una forma de dirigir las empresas. Supone un modo de entender su actividad desde un enfoque que augura un futuro más esperanzador, siendo responsables con la sociedad, el medio ambiente y con la propia economía.

La RSC es un modo de orientar las empresas, basado en la gestión de los impactos que su actividad genera sobre sus clientes, empleados, accionistas, comunidades locales, medio ambiente y sobre la sociedad en general. Abarca desde los derechos humanos hasta las prácticas de trabajo y empleo, la protección de la salud, cuestiones medioambientales, la lucha contra el fraude y la corrupción y los intereses de los consumidores, tal y como enumera el Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa.

Su integración en la sociedad es cada vez más urgente, pasando de ser una apuesta de unos pocos –como era hace unos años–, a una obligación de cara a la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ya que las acciones que llevan a cabo las organizaciones tienen un gran impacto en la vida de los ciudadanos de todo el mundo. Así, la RSC supone un punto de partida para replantear el equilibrio entre el desarrollo económico y social.

En un principio, los esfuerzos en esta materia se orientaron a implantar medidas de gestión ambiental y control de la contaminación resultante de su actividad, pero esto evolucionó con el aumento de la conciencia empresarial respecto a los problemas globales, enfocándose hacia la biodiversidad en sus estrategias de futuro y adoptando numerosas medidas desde el respeto y la responsabilidad. Así, además de afrontar el cambio climático, según el Observatorio de RSC, se orienta a la implantación de procedimientos de gestión ambiental y cumplimiento legal; la identificación de efectos actuales y previsibles de las actividades de la empresa en el medio ambiente en relación con la contaminación; la economía circular, centrada fundamentalmente en la prevención y gestión de residuos; la eficiencia energética; uso sostenible de materiales y agua; las emisiones de gases de efecto invernadero y la conservación de la biodiversidad.

Según el estudio anual de 2018 del Observatorio de RSC, la producción y utilización de energía en todos los sectores económicos representa más del 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Una cifra que pretende reducirse al 50% de cara a 2030. Además, aproximadamente la mitad de las emisiones totales de gases de efecto invernadero y más del 90% de la pérdida de biodiversidad y del estrés hídrico se debe a la extracción de recursos y la transformación de materiales, combustibles y alimentos. Solo el 12% de los materiales utilizados por la industria procede de reciclado. Un dato sobre el que las empresas trabajan arduamente para reducir y transformar su modelo de producción.

Los ODS como guía de acción

Desde que en septiembre de 2015 los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas se pusieran en marcha, empresas e instituciones –aunque también abarca las acciones de cualquier persona a título individual–, encuentran en ellos una guía para llegar a la Agenda 2030 y adoptar medidas orientadas a erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos.

La Agenda 2030 centra numerosas iniciativas a nivel mundial para conseguir el desarrollo del entorno, la humanidad y el planeta. Las empresas de la Región han demostrado en este aspecto su responsabilidad y han adoptado rápidamente iniciativas y programas específicos y acordes a esta materia, tanto en la cadena de producción como en el resto de procesos que engloba su actividad. Con ello, no solo han optimizado el proceso de fabricación, sino que han demostrado a la sociedad que están dispuestos a formar parte de un objetivo común indispensable para el medio ambiente. Esto no solo ha contribuido en el entorno, sino que le ha supuesto una ventaja competitiva, con el ahorro de costes y una mejor imagen de cara al consumidor.

Concienciación ciudadana

El hecho de ser socialmente responsables otorga a las empresas un distintivo en el mercado. Más allá de ser una cuestión de marketing o de imagen, lo cierto es que se enfrentan a un consumidor cada vez más exigente que mira el etiquetado, se informa de las acciones de las empresas y decide el acto de compra en función de valores como la sostenibilidad o la ecología. Por ejemplo, si los materiales que usa son reciclados, si sus materias primas son de cercanía para potenciar el 'kilómetro 0', si utilizan menos plásticos, si cuentan con un plan laboral que rechaza la explotación y es equitativo entre hombres y mujeres, entre otras variables.

Estas empresas también favorecen la empleabilidad de colectivos vulnerables, promueven medidas de conciliación, hacen donaciones y campañas solidarias o ponen en marcha actuaciones benéficas. Esto produce un impacto positivo para estas empresas que han invertido en transformarse, viendo cómo su posicionamiento mejora de forma gradual, no solo para ganar la confianza de sus clientes, sino entendiendo, dentro del propio tejido de la corporación, que es la única forma de avanzar e integrándolo en su ADN.

De hecho, tal y como reza el Observatorio de RSC, «la integración de la RSC en la sociedad solo será exitosa cuando la ciudadanía, consumidores e inversores empiecen a demandar de las empresas comportamientos responsables».

La economía circular y las tres 'R'

La economía circular busca que los productos, materiales, servicios, residuos y recursos se mantengan en la economía durante el mayor tiempo posible; es decir, que se reduzca al mínimo la generación de nuevos residuos y se evite un número mayor de desperdicios. Así, prima el aprovechamiento y reducción de las materias primas, frente a la economía lineal basada en el 'usar y tirar' que ponía en jaque la sostenibilidad.

Su meta es alargar la vida útil de los materiales y productos, dándole una segunda oportunidad y haciendo, por tanto, que se transforme la economía para hacerla más competitiva y sostenible, abriendo camino a nuevas oportunidades de negocio y empleos, que tengan en cuenta todo el ciclo de vida de los productos, sin limitarse a la etapa de fabricación o en la de fin de vida. Esto incluye la aparición de formas innovadoras y eficientes de producir. Este 'cambio verde' se ha instalado en la filosofía de compañías e instituciones, viéndolo incluso como una oportunidad ante la crisis sanitaria.


Fuente: laverdad.es/


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