El consumo de recursos ha resultado clave a lo largo de nuestra evolución. Si quisiéramos simplificar en dos temas principales sobre los que meditar de cara a mantener el desarrollo social y económico conocido, éstos serían el flujo de materia y el de energía.
Procesos que, si bien conformaron nuestra sociedad, al dejar de ser sus impactos ambientales locales y pasajeros, necesitan de una visión más amplia que comprenda no sólo nuestras necesidades actuales, sino las de los que están por llegar, obligándonos a una demanda selectiva y a un uso eficiente y meditado de unos recursos válidos por lo que hacen, no por lo que son.
Somos más de 8.000 millones de habitantes, con un creciente número de personas alcanzando el nivel de vida occidental, un deseo legítimo que prevé un consumo intensivo de recursos difícilmente asumible en un planeta limitado. Sin embargo, vivimos en un tiempo posmalthusiano, posible gracias a que el error de Malthus en sus cálculos fuera no considerar la tecnología.
Hoy disfrutamos de la época de la tecnociencia donde, como decía G. Steiner "Nuevas Américas son descubiertas cada día". Necesitamos de la revolución digital y de las tecnologías limpias si no queremos oír hablar de decrecimiento, pero sí de permitir un desarrollo económico y con calidad de vida más generalizado. Algo que no se materializará sin un importante aumento en la producción de recursos minerales -el reciclaje tiene mucho recorrido por andar en estos momentos-, pero desde una minería del siglo XXI, ética, sostenible y responsable.
Como decía el catedrático J. Carrasco, dentro de los sectores industriales el minero es un mundo aparte. No sólo por la incertidumbre natural, por explotar en concesión, por estar ubicado geográficamente en el recurso y por atender a una legislación copiosa y compleja, sino también por los períodos largos de maduración de los proyectos, el volumen importante de inversiones necesarias, la volatilidad de los precios que maneja, etc. La atracción de inversores a un proyecto minero, una vez aceptado el potencial geológico y económico básico, debe ser completado hoy en día por un análisis de sostenibilidad.
Recordemos que la minería, en su proceso de extracción de minerales, no es estrictamente sostenible, por definición, y más desde finales del siglo XX cuando esta actividad comenzó a gran escala. La minería emplea un capital humano que, junto con el consumo de energía y otros materiales, e implicando un cambio de uso de suelo y un impacto ambiental, persigue extraer el mineral. Un mineral que nunca vuelve a la mina no es una actividad circular, un mineral que se agota de un yacimiento concreto o una tipología mineral que con el tiempo deja de resultar económica, unas leyes minerales inexorablemente decrecientes.
Sin embargo, la minería considerada en su conjunto sí resulta sostenible dado que contribuye al desarrollo sostenible a través de la actividad económica, la inversión social, y potencialmente transformando el capital natural en capital humano. Además, la minería es parte del desarrollo industrial, necesitamos los metales y minerales, y aunque como cualquier industria no se lleve a cabo dentro de una burbuja e incurra en riesgos medioambientales, éstos cada vez son más regulados y vigilados.
La sostenibilidad es un concepto amplio, multidisciplinar, y principalmente intergeneracional. Se debe entender como una postura de racionalidad frente a los excesos, presentándose como árbitro necesario en un mundo empresarial donde su apropiada gestión permite lograr y mantener la licencia de operación como permiso social cada día más restrictivo.
Nada es ajeno al mundo de la sostenibilidad: la accesibilidad a las materias primas limitada por los parámetros ambientales, sociales, o la propia geopolítica; los dilemas que acompañan a la transición energética en su velocidad, como el uso del gas, la energía nuclear, o la vuelta del carbón. La descarbonización de carteras de inversión, la medida de los parámetros ASG, el impacto, etc.
La sociedad necesita un inversor bien informado, con un conocimiento global a quien los árboles no le impidan ver el bosque; y en esto el inversor sostenible lleva ventaja. Capacidad de pensamiento y juicio -pedía Einstein-, que permita formar una conciencia crítica, autónoma, razonadora, un ciudadano crítico, pide nuestro filósofo J. Gomá. Vivimos en un momento donde es tal el volumen de información que ésta ha perdido su valor inmediato aumentando, sin embargo, la recompensa del conocimiento. Las fuentes son clave, de ahí que el creciente esfuerzo entre la Academia y la industria de la inversión, y particularmente entre universidades y gestoras especializadas en inversión sostenible, sea un paso muy importante para lograr ese objetivo fundamental de ampliar el conocimiento en sostenibilidad y recursos de los inversores.
Algunos podrían argumentar que las aplicaciones de la ciencia han hecho que aumenten la opresión, el peligro y la miseria en ciertas esferas, y que disminuya en otras, como decía I. Berlin, pero el tiempo ha demostrado que el único remedio verdadero para las consecuencias negativas, tanto de la ignorancia como del conocimiento, es más conocimiento.
Social es diferente de gregario, diferenciémonos pues, aportando ideas y respuestas informadas, desde el rigor y con libertad de cátedra. Estemos preparados para un cambio en el modo de pensamiento si procede, la ciencia avanza con el cambio, a saltos, pero siempre desde posiciones racionales; acallemos perspectivas fatales y acerquémonos a la realidad ayudados del conocimiento.
*Director de la Cátedra Robeco en Sostenibilidad y
Recursos Primarios ETSIME-Universidad Politécnica Madrid
Fuente: Luis de la Torre Palacios - expansion.com/economia-sostenible
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