La definición de empresa hace referencia a “fines lucrativos”. Según esta acepción, serían entidades cuya dedicación tiene como último objetivo obtener ganancias. Cabría esperar entonces que los directivos se interesaran por todo aquello que les ayudara en dicha meta, pero existen llamativas excepciones. Una de ellas es la relación que las empresas mantienen con la ciencia.
La ciencia aporta múltiples beneficios a las empresas en el desempeño de sus actividades. Por extensión, también a la sociedad a la que van dirigidos los bienes y servicios ofrecidos por estas. Parece razonable pensar que las personas que dirigen las empresas deberían interesarse por la ciencia como fuente de potenciales provechos, pero esto no siempre es así.
Los datos disponibles demuestran que las economías más dinámicas y exitosas, aquellas que han conseguido acelerar sus tasas de crecimiento y abrir una brecha tecnológica respecto a los países menos activos, pero también las que están consiguiendo aumentar los provechos para sus ciudadanos, no son las que compiten mediante la especulación, la reducción de costes y salarios y las políticas de austeridad y recortes. Al contrario, son aquellas que invierten en conocimiento, en investigación y en innovación.
El consenso es unánime: no es que los países más ricos inviertan más en ciencia y en investigación, sino que los que invirtieron en ciencia e investigación son ahora los más ricos, en términos económicos y sociales.
Pero, ¡ay!, España es un país tradicionalmente poco interesado por la ciencia y la investigación, con contadas excepciones en períodos históricos puntuales. Esa desconexión también está patente en la industria española. Las cifras de inversión empresarial en I+D, muy reducidas en comparación con los países de nuestro entorno, son un claro indicador de la limitada relevancia del sector empresarial en el sistema de ciencia y tecnología español.
Empresarios interesados… en teoría
Esta realidad contrasta con los datos aportados por la primera encuesta sobre cultura científica empresarial realizada en España, en el marco de un proyecto de investigación coordinado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Este estudio muestra que, en términos generales, los empresarios y directivos españoles se declaran interesados por la ciencia y la asocian a un imaginario de utilidad, progreso y desarrollo económico. Es decir, mantienen una actitud favorable y cierta predisposición a su uso en el ámbito empresarial. ¿Qué ocurre entonces cuando se trata de poner las ideas en práctica?
En primer lugar no hay que olvidar que, al tratarse de encuestas, conviene ser cautos al interpretar sus resultados –hemos tenido suficientes ejemplos con motivo de los recientes procesos electorales–. Es posible que una de las explicaciones a esta aparente contradicción se encuentre en el sesgo cognitivo de la deseabilidad social: la tendencia a proporcionar la respuesta que creemos que da una mejor imagen de nosotros mismos.
En segundo lugar, interesados o no, más del 70 % de los empresarios y directivos encuestados –de empresas pequeñas y grandes– consideran que es difícil hacer I+D en España. Sorprende que las razones que obstaculizan este paso a la acción no tengan que ver solo con motivos económicos, sino que están relacionadas –y a mucha distancia del resto– con un exceso de burocracia. También con un sistema de ayudas y subvenciones poco adaptado a las particularidades del tejido productivo español y con la falta de información que reciben las empresas acerca de ellas.
Para que las empresas investiguen e innoven no basta solo con que alberguen cierto interés y predisposición hacia la ciencia. También es necesario un entorno favorable. Por el momento, las empresas señalan la ineficacia de las políticas públicas como el principal escollo para una fructífera y deseable relación entre ciencia y sector privado. Por delante de su capacidad de financiación propia y del periodo de obtención de retornos excesivamente largo que suele acarrear la inversión en I+D.
El fomento de la cultura científica empresarial requiere una implicación de la sociedad en su conjunto. No solo de los propios directivos sino también de una ciudadanía que apueste por una economía basada en el conocimiento y medidas políticas que la favorezcan. Nos va mucho en ello.
Huelga insistir (o debería) sobre la importancia de la I+D y la innovación para el progreso y el desarrollo económico y social. Frente a la economía y la pretendida competitividad basadas en la especulación o la deslocalización de la producción, conviene recordar la importancia de la I+D para la competitividad a largo plazo y para el provecho de toda la sociedad. Cabe preguntarse no sólo si el sector empresarial español dispone de la estructura y los recursos necesarios para invertir en I+D e innovación, sino también si tienen asumida la cultura científica y de la innovación.
El proyecto Cultura Científica Empresarial ha sido financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad (MINECO), Programa Estatal de Investigación, Desarrollo e Innovación orientada a los Retos de la Sociedad (Proyecto Cultura científica, percepción y actitudes ante la ciencia y la innovación en el sector empresarial español, CSO2014-53293-R) y por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), convocatoria de ayudas para el fomento de la cultura científica, tecnológica y de la innovación (Proyecto Laboratorio de Indicadores sobre Cultura Científica Empresarial, FCT-16-10889).
Fuente: theconversation.com
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