La responsabilidad social corporativa (RSC) es mucho más que una forma de dirigir las empresas. Supone un modo de entender su actividad desde un enfoque que augura un futuro más esperanzador, siendo responsables con la sociedad, el medio ambiente y con la propia economía.
La RSC es un modo de
orientar las empresas, basado en la gestión de los impactos que su actividad
genera sobre sus clientes, empleados, accionistas, comunidades locales, medio
ambiente y sobre la sociedad en general. Abarca desde los derechos humanos
hasta las prácticas de trabajo y empleo, la protección de la salud, cuestiones
medioambientales, la lucha contra el fraude y la corrupción y los intereses de
los consumidores, tal y como enumera el Observatorio de Responsabilidad Social
Corporativa.
Su integración en la
sociedad es cada vez más urgente, pasando de ser una apuesta de unos pocos
–como era hace unos años–, a una obligación de cara a la Agenda 2030 y los
Objetivos de Desarrollo Sostenible, ya que las acciones que llevan a cabo las
organizaciones tienen un gran impacto en la vida de los ciudadanos de todo el
mundo. Así, la RSC supone un punto de partida para replantear el equilibrio
entre el desarrollo económico y social.
En un principio, los
esfuerzos en esta materia se orientaron a implantar medidas de gestión
ambiental y control de la contaminación resultante de su actividad, pero esto
evolucionó con el aumento de la conciencia empresarial respecto a los problemas
globales, enfocándose hacia la biodiversidad en sus estrategias de futuro y
adoptando numerosas medidas desde el respeto y la responsabilidad. Así, además
de afrontar el cambio climático, según el Observatorio de RSC, se orienta a la
implantación de procedimientos de gestión ambiental y cumplimiento legal; la
identificación de efectos actuales y previsibles de las actividades de la
empresa en el medio ambiente en relación con la contaminación; la economía
circular, centrada fundamentalmente en la prevención y gestión de residuos; la
eficiencia energética; uso sostenible de materiales y agua; las emisiones de
gases de efecto invernadero y la conservación de la biodiversidad.
Según el estudio anual
de 2018 del Observatorio de RSC, la producción y utilización de energía en
todos los sectores económicos representa más del 75% de las emisiones de gases
de efecto invernadero. Una cifra que pretende reducirse al 50% de cara a 2030.
Además, aproximadamente la mitad de las emisiones totales de gases de efecto
invernadero y más del 90% de la pérdida de biodiversidad y del estrés hídrico
se debe a la extracción de recursos y la transformación de materiales,
combustibles y alimentos. Solo el 12% de los materiales utilizados por la
industria procede de reciclado. Un dato sobre el que las empresas trabajan
arduamente para reducir y transformar su modelo de producción.
Los ODS como guía de
acción
Desde que en
septiembre de 2015 los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones
Unidas se pusieran en marcha, empresas e instituciones –aunque también abarca
las acciones de cualquier persona a título individual–, encuentran en ellos una
guía para llegar a la Agenda 2030 y adoptar medidas orientadas a erradicar la
pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad para todos.
La Agenda 2030 centra
numerosas iniciativas a nivel mundial para conseguir el desarrollo del entorno,
la humanidad y el planeta. Las empresas de la Región han demostrado en este
aspecto su responsabilidad y han adoptado rápidamente iniciativas y programas
específicos y acordes a esta materia, tanto en la cadena de producción como en
el resto de procesos que engloba su actividad. Con ello, no solo han optimizado
el proceso de fabricación, sino que han demostrado a la sociedad que están
dispuestos a formar parte de un objetivo común indispensable para el medio
ambiente. Esto no solo ha contribuido en el entorno, sino que le ha supuesto
una ventaja competitiva, con el ahorro de costes y una mejor imagen de cara al
consumidor.
Concienciación
ciudadana
El hecho de ser
socialmente responsables otorga a las empresas un distintivo en el mercado. Más
allá de ser una cuestión de marketing o de imagen, lo cierto es que se
enfrentan a un consumidor cada vez más exigente que mira el etiquetado, se
informa de las acciones de las empresas y decide el acto de compra en función
de valores como la sostenibilidad o la ecología. Por ejemplo, si los materiales
que usa son reciclados, si sus materias primas son de cercanía para potenciar
el 'kilómetro 0', si utilizan menos plásticos, si cuentan con un plan laboral
que rechaza la explotación y es equitativo entre hombres y mujeres, entre otras
variables.
Estas empresas
también favorecen la empleabilidad de colectivos vulnerables, promueven medidas
de conciliación, hacen donaciones y campañas solidarias o ponen en marcha
actuaciones benéficas. Esto produce un impacto positivo para estas empresas que
han invertido en transformarse, viendo cómo su posicionamiento mejora de forma
gradual, no solo para ganar la confianza de sus clientes, sino entendiendo,
dentro del propio tejido de la corporación, que es la única forma de avanzar e
integrándolo en su ADN.
De hecho, tal y como
reza el Observatorio de RSC, «la integración de la RSC en la sociedad solo será
exitosa cuando la ciudadanía, consumidores e inversores empiecen a demandar de
las empresas comportamientos responsables».
La economía circular
y las tres 'R'
La economía circular
busca que los productos, materiales, servicios, residuos y recursos se
mantengan en la economía durante el mayor tiempo posible; es decir, que se
reduzca al mínimo la generación de nuevos residuos y se evite un número mayor
de desperdicios. Así, prima el aprovechamiento y reducción de las materias
primas, frente a la economía lineal basada en el 'usar y tirar' que ponía en
jaque la sostenibilidad.
Su meta es alargar la
vida útil de los materiales y productos, dándole una segunda oportunidad y
haciendo, por tanto, que se transforme la economía para hacerla más competitiva
y sostenible, abriendo camino a nuevas oportunidades de negocio y empleos, que
tengan en cuenta todo el ciclo de vida de los productos, sin limitarse a la
etapa de fabricación o en la de fin de vida. Esto incluye la aparición de
formas innovadoras y eficientes de producir. Este 'cambio verde' se ha
instalado en la filosofía de compañías e instituciones, viéndolo incluso como
una oportunidad ante la crisis sanitaria.
Fuente: laverdad.es/
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