Artículo de Tomás Arrieta e Iñaki Ortega. Son Presidente de la Fundación Activos de Gran Experiencia y Profesor de Deusto Business School.
Los recientes datos de la EPA han confirmado que el año de
la pandemia, 2020, ha sido maldito, no solo para la salud de los mayores de 55
años, sino también para su empleo. El número de desempleados
de esta cohorte de edad ha crecido el año pasado hasta alcanzar la cifra total
de 936.200 personas. Y, además, el 43% de ellos lleva sin ocupación dos o más
años, según el INE.
No hay nada peor que el triunfo de una idea sencilla pero
falaz. Y parece que la vinculación de cambio
tecnológico y ausencia de preparación de las personas de más edad ha calado en
la sociedad. Sin embargo, la ciencia nos confirma que las neuronas no dejan de
regenerarse a lo largo de la vida. A su vez, economistas como Acemoglu y Restrepo defienden hasta una relación positiva
entre implantación de la robótica y trabajadores longevos. Está demostrado que
los seres humanos somos capaces de seguir aprendiendo y creando durante la
mayor parte de nuestra vida. Basta con repasar la
edad de los fundadores de empresas como Swatch o Natura Bissé o de las más
brillantes obras de Beethoven o Cervantes. Por lo tanto, las razones del
descrédito de las personas de más edad han de buscarse no en la naturaleza,
sino en los prejuicios (propios y ajenos). Grandes
empresas que aligeran plantillas mirando la fecha de nacimiento y no el nivel
de desempeño. O séniors que a medida que cumplen años –y perciben la losa del
ostracismo– ven la salida anticipada como una liberación.
Frente a los sesgos engañosos,
nosotros defendemos aportar la luz de los datos de una nueva aritmética vital.
Modigliani fue galardonado con el premio Nobel de Economía por su teoría del
ciclo vital, escrita en 1966. Explicaba que los ingresos a lo largo de su vida
tienen forma de campana, bajos al inicio, altos en la
edad central y de nuevo bajos tras la jubilación. Por tanto, hay solo tres
fases vitales: la previa al inicio la vida laboral, la etapa de actividad
laboral y la del retiro. En la primera de ellas, el nivel de ingreso es inferior a las necesidades de consumo, las cuales
se financian a través de crédito o transferencias familiares (des-ahorro). En
la segunda, llamada de vida laboral, el ingreso permite cubrir las necesidades
de consumo y mantener un excedente bajo la forma de
ahorro. Y en la etapa de retiro se presenta un proceso de des-ahorro mediante
el cual el individuo emplea el ahorro generado para satisfacer las necesidades
de consumo que de otra forma sus nuevos niveles de ingreso le impedirían
alcanzar.
La esperanza de vida se está
acercando sin darnos cuenta a los 90 años (86 años las mujeres al día de hoy).
Cuando el economista Modigliani empezó a escribir su teoría de los tres ciclos
estaba por debajo de los 70 años. Más de quince años ganados a la vida lo que exige reajustar los diferentes hitos de esta nueva
vida. Partiendo del cada vez más largo periodo de formación hasta los 25 años,
se abrirá otro de vida profesional y recualificación hasta por lo menos los 70
años. Permaneceremos activos aproximadamente 45 años,
es decir, la mitad de nuestra existencia. Estos 45 años de vida activa no se
pueden considerar como uniformes, ya que atravesarán situaciones muy diversas
del ciclo personal y profesional. Por ello tendremos que dividir, a su vez, en
tres tercios la vida laboral total. A saber, de los
25 a los 40 años; de los 40 a los 55 y de los 55 a los 70.
El primer tercio se caracteriza por ser un periodo de
capacitación ligada al itinerario laboral escogido y a la acumulación de las
experiencias laborales diversas. El segundo, de los
40 a los 55 abarca quizás el segmento más fructífero con hitos relevantes para
una trayectoria profesional siempre ligada a la formación continua fruto de una
inquietud permanente. El último tercio, comprendido entre los 55 y los 70, lejos de ser, como en la actualidad, el periodo de
salida acelerada de la vida activa, se convertirá en una etapa fecunda en el
que capitalizar la experiencia acumulada y la ambición por seguir siendo útil.
Esta última etapa vital, a la que denominamos activos
de gran experiencia, actualmente afecta solamente a unos pocos empleados y
emprendedores, pero afirmamos con rotundidad que con el desarrollo de un marco
legal adecuado y flexible, guiado por un imperativo cambio cultural, podría
implicar a una gran mayoría.
Esta nueva aritmética vital exige una transformación
radical de la manera de entender la vida laboral por parte de los individuos,
pero también para las empresas. La buena noticia de la disrupción de la
demografía nos impide seguir poniendo excusas, bien como
empleadores, bien como empleados. Y por si fuera poco las evidencias se
acumulan en todo el mundo sobre el dividendo económico que ello puede suponer,
que se ha bautizado como economía plateada.
Lynda Gratton y Andrew Scott, profesores de London Business School, nos recuerdan que “quienquiera que seamos,
dondequiera que vivamos y tengamos la edad que tengamos, necesitamos comenzar a
pensar ahora sobre las decisiones que debemos tomar para poder sacar provecho
de esta vida más larga. Lo mismo sucede a las
empresas para las que trabajamos y a la sociedad en la que vivimos”. dibuja un
futuro cercano en el que viviremos hasta alcanzar la centuria y además no será
una maldición sino un regalo.
Fuente: cincodias.elpais.com/cincodias
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