En un lugar de La Mancha (no es un tópico, es
verdaderamente el pueblo de dónde soy) coincido con Pedro, Nicolás y Antonio,
varios amigos a los que llevaba años sin ver. Después de ponernos al día sobre
la marcha de nuestras vidas, comentamos los temas de actualidad. Y uno de ellos
es el coronavirus.
Compartimos la preocupación por los efectos del
virus y las dificultades que están teniendo las autoridades para buscar una
solución. Pero, para sorpresa de todos, Pedro reconoce que no todo son efectos
negativos.
Él trabaja como comercial en el sector agrícola,
en concreto en la venta de ajos producidos
en España y que se distribuyen en Europa, África y Sudamérica.
Desde el origen de la crisis, las importaciones que provienen de
China se han paralizado, y en menos de una semana toda Europa se ha
encontrado desabastecida de un producto fresco necesario. Grandes
distribuidores y cadenas de supermercados se han movilizado en busca de nuevas
fuentes de suministro y, en cuestión de días, los precios se han duplicado. Las
empresas que habían firmado contratos de suministro se encuentran cubiertas.
También aquéllas que conocen bien el sector y mantienen buena relación con
productores han encontrado abastecimiento, aunque a mayor precio.
A Nicolás también le ha afectado el coronavirus.
Él trabaja en una empresa que se dedica a la producción de envases con
fragancias que se utilizan como ambientadores. En su caso, el problema no
reside en el suministro sino en la distribución hacia el cliente final de sus
productos.
Miedo al contagio
Sus mayores clientes son cadenas que distribuyen
a tiendas de barrio regentadas por chinos. Se trata de cientos de pequeños
comercios con un volumen reducido, pero continuo en el tiempo. Desde el inicio
de esta crisis, los consumidores han
dejado de frecuentar estos locales, por miedo a un posible contagio, algo
seguramente con poco fundamento científico, pero una realidad en estos días. En
menos de dos semanas las ventas en estos locales se han paralizado, por lo que
las fábricas que producen para ellos se han planteado parar durante unos días,
ante un futuro incierto.
Antonio también se ha visto afectado, a pesar de
no tratar directamente con proveedores o clientes de China. En su caso, sus
proveedores de origen local les han fallado de dos formas: por un lado,
entregando productos de menor calidad; por otro, realizando las entregas tarde,
e incluso reduciendo las cantidades suministradas.
Las razones son claras: sus proveedores han
detectado la oportunidad de ganar más dinero vendiendo sus productos en otros
mercados donde los precios han aumentado por esta crisis. Al no tener contratos
o acuerdos firmados y bien definidos que les obligasen a cumplimientos en cantidades,
calidades o fechas de entrega precisas, sus decisiones se han fundamentado en
la búsqueda de mayores ingresos.
Todos son conscientes de que en unas semanas las
cosas volverán a su sitio. Los precios del ajo bajarán drásticamente, pues aun
siendo un producto fresco, tiene cierta duración si se encuentra almacenado en
cámaras frigoríficas, y los productores chinos enviarán su mercancía. El
desplome de precios desestabilizará el mercado, y afectará a
aquellos que no hayan sabido anticiparlos.
Las ventas en los comercios minoristas
regentados por chinos volverán a los niveles previos a la crisis, pero no se
recuperarán las ventas perdidas. Las relaciones con proveedores locales podrán
volver al punto en el que se encontraban semanas o meses atrás; o quizás se
hayan visto afectadas (incluso rotas para siempre) y a partir de ese momento
haya que formalizarlas de otra forma.
Reflexiono sobre todo esto de vuelta a la
Universidad Pontificia Comillas donde trabajo con unos compañeros en la
publicación de un libro sobre la gestión de la cadena de suministro, que
implica a todas las actividades y las empresas, desde los productores de
materias primas hasta que el producto final llega al consumidor.
Esta gestión no es lineal, es decir, las
empresas no se abastecen de un proveedor y entregan sus productos a un cliente,
sino que forman redes y entramados de empresas en los que muchos proveedores
trabajan para muchos fabricantes y estos entregan a muchos y diversos, e
incluso a los mismos, clientes finales. En estas redes hay flujos de
materiales, pero también monetarios y de información, y es vital ser capaz de
entenderlos, e identificar a los actores que más influencia tienen.
Decisiones
estratégicas
Hay ciertas decisiones estratégicas que han de
estudiarse en profundidad, pues nos ayudarán a minimizar los riesgos que hemos
comentado:
- · Decidir si trabajamos con un solo proveedor (lo que nos aumenta la dependencia y el riesgo) o con varios, y dónde están localizados.
- · Definir muy bien los criterios de selección de los mismos.
- · Definir las relaciones contractuales que establecemos con ellos (criterios de calidad, condiciones de entrega, plazos, penalizaciones en caso de incumplimientos, etc.).
- · Elaborar planificaciones estratégicas y tácticas, evaluando posibles escenarios.
- · Evaluar los riesgos extraordinarios en países donde se encuentran nuestros proveedores o clientes (no solo el coronavirus, sino catástrofes naturales como en Fukushima, decisiones políticas como el Brexit, incrementos arancelarios o devaluación de monedas).
- · Considerar la sostenibilidad como pilar estratégico, pues no sólo el componente económico es importante, sino también el social y el medioambiental.
Debemos
estudiar la gestión de la cadena de suministro desde una perspectiva global,
pero siendo conscientes del impacto que las decisiones tienen incluso a nivel
local, incluso en un lugar de La Mancha, sin duda alguna.
Fuente: theconversation.com
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