En los últimos años se ha hecho mucho hincapié en los trabajos y profesiones que la IA puede hacer desaparecer. Sin embargo, mucho menos se ha hablado de cómo serán los que se quedarán bajo la dirección de esta.
os algoritmos seleccionan candidatos, organizan los
horarios, dan instrucciones, vigilan y controlan el trabajo, evalúan el
desempeño y recompensan o despiden trabajadores automáticamente. No es
necesario irse a EEUU para encontrar esta forma de dirección algorítmica. Sin
ir más lejos, una empresa del calzado de Alicante, anunciaba en Laboralia
(2023), el uso de estos sistemas para decidir automáticamente los ritmos de
trabajo y el tipo de trabajo que tenían que desarrollar los operarios de
planta.
En los últimos años se ha hecho mucho hincapié en los
trabajos y profesiones que la IA puede hacer desaparecer. Sin embargo, mucho
menos se ha hablado de cómo serán los trabajos que se van a quedar bajo la
dirección de una Inteligencia Artificial. En efecto, los algoritmos están
sustituyendo trabajadores que toman decisiones, por trabajadores que cumplen lo
decidido por el algoritmo.
Los retos en esta vertiente de la IA no son menores. En
primer lugar, la dirección algorítmica está alterando el equilibrio interno del
contrato de trabajo. El uso de tecnologías para vigilar y controlar a los
trabajadores cada vez se aleja más del espíritu original de garantizar que los
trabajadores cumplen sus obligaciones, para pasar a manejarse de forma mucho
más estratégica. Así se pasa de hacer un uso defensivo de la tecnología por
parte de los empresarios (comprobar que los trabajadores cumplen con sus
obligaciones), a un uso ofensivo (dictar instrucciones y aumentar ritmos de trabajo).
Adicionalmente, la recopilación de información (a través
de videocámaras, GPS, wearables y registros de ordenador del trabajador) y el
procesamiento de la misma a través de algoritmos puede usarse con el objetivo
de disminuir el poder de negociación de los trabajadores. La información y el
procesamiento algorítmico otorga a la empresa una ventaja sin precedentes en la
negociación de condiciones de trabajo. Si la información es poder, la empresa
lo tiene todo. Concretamente, el algoritmo permite a la empresa una reducción
de los costes de reclutamiento y de vigilancia, un aumento de las posibilidades
de determinación individual del salario de acuerdo con las preferencias
descubiertas por el algoritmo, grandes posibilidades de discriminación sindical
que reducen la acción colectiva, así como, facilita la descentralización
productiva. En efecto, estas cinco causas repercuten directamente en una fuerte
reducción de poder de negociación de los trabajadores.
Esto plantea grandes retos sociales dado que, hasta el
momento, el salario es la mayor fuente de distribución de la riqueza generada
en las empresas. Así, es posible que la mayor preocupación de la sociedad no
debiera ser que un algoritmo te quite tu trabajo, sino que te quite tu salario.
A la hora de enfrentar estos retos, es necesario no incluir toda tecnología en
el mismo “saco”. Hay diferentes tipos de tecnología y no toda reporta el mismo
bienestar a la sociedad. De un lado, estaría la tecnología productiva o creadora
de valor. Estos algoritmos permitirían automatizar tareas que antes realizaban
trabajadores, simplificando su trabajo o requiriendo menos tiempo para
ejecutarlo. Aquí entrarían los robots industriales, pero también los
ordenadores, las bases de datos informatizadas para abogados, los programas
para contables, etc. Es decir, todo tipo de tecnología que complemente y
permita a los trabajadores realizar sus tareas de forma más productiva:
obteniendo más con el mismo esfuerzo y tiempo dedicado. Este es el tipo de
tecnología que ha proporcionado una continua mejora del bienestar social
gracias a la mejora de la eficiencia, la productividad y el crecimiento
económico.
De otro lado, estarían las tecnologías extractivas de
valor. Es decir, aquellas que conceden un aumento del producto solamente a
través de un mayor esfuerzo del trabajador. Serían aquellas tecnologías cuyo
principal uso consiste en incrementar el poder empresarial para “exprimir” al
trabajador toda su energía física y mental, así como para hacer recaer riesgos
y costes sobre el trabajador. Así, estas tecnologías no estarían creando más
producto con el mismo input (lo que podríamos calificar de verdadero aumento de
productividad), sino que la empresa obtendría más rendimiento solamente a
través de que el trabajador use más energía propia. Este esfuerzo extra, en el
fondo, será un coste para la sociedad (lo que los economistas llaman una
externalidad negativa) a través de mayor número de accidentes de trabajo, peor
salud, física o mental, más rápido envejecimiento, en definitiva, a cambio de
acortar años de vida o calidad de vida de los trabajadores.
Distinguir entre los dos tipos de algoritmos será clave
para la regulación. Uno de los principales argumentos que se sostienen en
contra de toda regulación de la tecnología, y de la regulación laboral, es que
puede desincentivar la inversión y la innovación. Se sostiene, desde
determinados sectores, que toda regulación es una traba al progreso técnico. Sin
embargo, esto parece ser una visión simplista y reduccionista de la realidad.
De hecho, más bien al contrario, para que exista inversión en innovación, la
regulación es necesaria. Partiendo de que existen dos tipos de tecnología (una
productiva y otra extractiva), la sociedad necesita que se invierta en
tecnología productiva. Sin embargo, sin intervención legislativa, las empresas
asumen menos riesgo invirtiendo en tecnologías extractivas que no aportan
eficiencia. De aquí que sea necesaria una regulación efectiva.
Conforme la empresa pueda repercutir, gracias a la
dirección algorítmica, los riesgos de su negocio en los trabajadores y pueda
externalizar los costes producidos mediante el aumento de la intensidad del
trabajo (problemas de salud, etc.), tendrá pocos incentivos en invertir en
tecnología e innovación que crea valor. De hecho, mientras existan empresas que
puedan obtener cuota de mercado a través del uso de estas tecnologías
extractivas, el resto de empresas tendrán pocos incentivos en invertir e
innovar en tecnologías creadoras de valor. Si las empresas ineficientes pueden
sobrevivir en el mercado gracias a la explotación de trabajadores mediante
algoritmos extractivos, los incentivos para que otras empresas inviertan en
tecnologías creadoras de valor serán nulos.
Así, la regulación de los algoritmos no puede centrarse
exclusivamente en cuestiones de privacidad y protección de datos como hasta el
momento. A pesar de ello, esta es la pretensión tanto del Reglamento General de
Protección de datos como de la propuesta de la Comisión Europea de Reglamento
de Inteligencia Artificial. Es decir, se centran en regular la tecnología, por
el contrario, probablemente tuviera más sentido regular, los efectos que esa
tecnología provoca en la sociedad. Como se ha visto, están en juego muchos más
derechos que deben protegerse: salud, reparto de rentas del trabajo, derechos
antidiscriminación, libertades políticas y económicas, democracia interna de la
empresa, etc. Por esta razón, si los datos acaban por demostrar que el
principal efecto de la dirección algorítmica del trabajo consiste en la
reducción del poder de negociación de los trabajadores, la respuesta
legislativa debería proporcionar mecanismos e instituciones que reequilibren
esa situación a través del diálogo social y la negociación colectiva.
Fuente: Adrián Todolí Signes - blogs.elconfidencial.com
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