Temperaturas altas, menos lluvia, olas de frío, sequías y tormentas afectarán cada vez más a Castilla-La Mancha.
Temperaturas más altas, un mayor número de temporales de frío
y tormentas o un descenso de precipitaciones en cada vez más zonas y, por ende,
más periodos de sequía son algunos de los rasgos que lleva aparejado el cambio
climático. Un hecho que se viene constatando desde hace más de un siglo, pero
es ya una realidad en todo el planeta. Sin ir más lejos, Castilla-La
Mancha, que es conocida por albergar el mayor viñedo del mundo,
lleva tiempo en alerta para ver cuáles serán las consecuencias para el vino que
se produce en esta tierra.
Según datos extraídos de la Encuesta
sobre Superficies y Rendimientos de Cultivos en 2019, en Castilla-La Mancha existen 468.029
hectáreas de viñedo. De todas ellas, alrededor de 250.000 hectáreas, es decir,
más de la mitad, se aglutinan en la zona de producción de La Mancha. Sin
embargo, otras denominaciones como Manchuela tampoco se quedan atrás. Su
superficie puede verse reducida en el futuro si se cumplen los peores
pronósticos del cambio climático.
Así
lo avanza Alfonso Rodríguez Torres,
doctor en el área de Medio Ambiente de la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), que
hace para ABC una radiografía de los efectos de este fenómeno para esta región
y para su viñedo. Según los datos que ha recopilado de las estaciones
meteorológicas de la Aemet (Agencia Española de Meteorología), la temperatura
media de la última década (2011-2020) ha sido 1,8 grados centígrados superior a
la del período 1961-1990.
Además, la media de las temperaturas máximas se ha
incrementado en 1,9ºC y la media de las mínimas lo ha hecho en 1,5ºC para el
mismo período, informa Rodríguez Torres, que añade otros parámetros climáticos
importantes como el incremento de las noches cálidas, la disminución de los
episodios de heladas o el aumento de sequías, tormentas y olas de frío. En su
opinión, «todos son datos preocupantes», pero llama la atención sobre el
incremento de la temperaturas mínimas «porque es importante para el viñedo».
El también licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Granada explica
que «el incremento de las temperaturas puede tener un efecto positivo al
inducir períodos de crecimiento más rápidos y menor riesgo de heladas pero, por
el contrario, puede producir un aumento del estrés térmico, diminución en la
calidad de la uva (acidez, color y contenido en taninos), un incremento del
grado alcohólico (que se calcula entorno a 2ºC por cada grado de incremento
térmico). También generaría un excesivo desarrollo vegetativo, un incremento en
el riesgo de padecer enfermedades o plagas, un mayor riesgo de incendios y un
aumento en la variabilidad del rendimiento».
Por otro lado, indica que el aumento de la
concentración de dióxido de carbono en la atmósfera tiene un efecto positivo
que se traduce en una mayor producción de biomasa, pero puede inducir un efecto
negativo al incrementarse la variabilidad del rendimiento en respuesta a una
mayor variabilidad climática. Por el contrario, se incrementa la frecuencia en
sequías, el riesgo de incendios y la disminución de los rendimientos como
principales efectos adversos. De igual modo, resulta negativo el riesgo de
padecer lluvias intentas o tormentas, que aumentan el riesgo de erosión, de
enfermedades, así como daños por inundaciones y pedrisco.
Malas perspectivas, a
priori
Ante este panorama, el doctor en Medio Ambiente por
la UCLM alerta de que «las perspectivas para el viñedo no son buenas, a
priori». No obstante, cree que hay que matizar porque, «en función de
parámetros como la zona geográfica, la altitud, el suelo, las variedades, las
formas y calendario de cultivo… todo cambia». Para dar fuerza a este
razonamiento pone el siguiente ejemplo: «En el desierto del Neguev, en Israel, con temperaturas
máximas cuya media supera los 40ºC en verano, con temperaturas mínimas de mayo
a octubre por encima de los 20ºC de media —con noches tropicales— y
precipitaciones por debajo de los 200 litros anuales, se producen vinos de
calidad que alcanzan altos precios por botella y con las mismas variedades que
en Castilla-La Mancha».
Sin embargo, los efectos del cambio climático en el
viñedo ya se hacen notar en el sector vitivinícola, aunque son difíciles de
cuantificar en pérdidas y daños. Esto se puede constatar si uno fija la mirada
en algunos antecedentes que Rodríguez Torres pone como ejemplo. Uno de ellos se
dio en 1994, durante una gran sequía que se alargó hasta el siguiente año. La
entonces Ucaman —hoy Cooperativas
Agroalimentarias de Castilla-La Mancha— estimó en 50.000
hectáreas de viñedo las pérdidas producidas por la sequía que, en pesetas de la
época, supusieron unos 12.500 millones, más de 75 millones de euros actuales.
Entre
2016 y 2017 varias comarcas de la región sufrieron el ataque del mosquito verde
(Empoascavitis), que provoca daños foliares y afecta a la maduración de la uva,
y en 2020 Asaja también alertó de la presencia de esta plaga en varias comarcas
de la región. «Aparte de las pérdidas que puede producir por deficiente
maduración, induce un mayor coste al viticultor en fitosanitarios», señala el
investigador, que apunta que esta plaga, como la araña amarilla
(Tetranychusurticae y Eotetranychuscarpini), «están en expansión y pueden verse
favorecidas por las nuevas condiciones climáticas».
«La situación es muy preocupante si no se toman
medidas. Por eso, es importantísimo acometer procesos de adaptación al cambio
climático en viñedo y en Castilla-La Mancha, por su situación y climatología,
los esfuerzos han de ser importantes si se quiere mantener la viabilidad de la
producción», avisa Rodríguez Torres, que no obstante habla de diferencias en
los resultados entre cada una de las nueve zonas o denominaciones de origen
(DO) vitivinícolas castellanomanchegas.
Según sus estimaciones, en un escenario de emisiones
bajo, de menor impacto, y que es el que se pretende conseguir con el Acuerdo del Clima de París,
las DO Manchuela, Méntrida, Uclés, Ribera del Júcar y Almansa se verían afectadas
por parámetros relacionados con el contenido de agua en el suelo. Además, las
DO de Méntrida y Valdepeñas se verían afectadas también por el incremento de
las temperaturas nocturnas que influyen en la correcta maduración, color y
aroma de la uva. En el caso de la DO Jumilla, la afección por temperatura sería
muy notable y sería la que mayor esfuerzo adaptativo debería realizar.
«Sólo en el caso de llegar al peor de los
escenarios, sin control ninguno en las emisiones de gases de efecto invernadero
y, por lo tanto, con los mayores riesgos de impacto, todas las DO regionales se
verían seriamente afectadas, requiriendo grandes esfuerzos en materias de
adaptación. Nos encontramos, pues, en un momento clave para afrontar el futuro
del mayor viñedo del mundo en materia de adaptación al cambio climático». Así
lo manifiesta el doctor en Medio Ambiente de la UCLM, que dice que son muchas las
técnicas de adaptación que están poniendo en marcha los viticultores, todas
ellas contempladas en la nueva PAC. Éstas pasan por la regeneración del suelo,
la implantación de cubiertas herbáceas, el cultivo tradicional en vaso,
técnicas de autosombreo o riego, el adelanto de la vendimia e incluso, en casos
extremos, una reconversión varietal.
Tintas y autóctonas,
mejor adaptadas
Lo que sí es cierto es que las variedades de uva
tinta son más resistentes que las blancas porque la maduración se produce a una
velocidad distinta y, según apunta Rodríguez Torres, «la uva blanca necesita de
un proceso lento de maduración y el incremento de las temperaturas perjudica
este proceso». En cualquier caso, el Plan Estratégico del Vino de Castilla-La
Mancha de 2019 recoge como fortaleza del viñedo de la región la capacidad de
adaptación al cambio climático y como amenazas la subida de las temperaturas y
la disminución de las precipitaciones. En el estudio específico sobre
producción de las 10 principales variedades cultivadas en la región no resalta
circunstancias especiales para ninguna de ellas, incluyendo tanto las variedades autóctonas como
las «introducidas o mejorantes».
En esto coincide el investigador, que considera que
«las auctóctonas están perfectamente aclimatadas al suelo castellanomanchego y
de las variedades nuevas o introducidas se desconoce, en principio, el alcance
de su plasticidad fenotípica para adaptarse a las nuevas condiciones». Para
ello, cree que es necesario trabajar la adaptación en campo con todas las
variedades o, como se está haciendo en el Ivicam (Centro de Investigación de la Vid y el Vino de Castilla-La Mancha),
experimentar en parcelas controladas con distintas técnicas para conocer el
potencial de adaptación de cada variedad.
Y jugando a ser adivinos, ¿qué panorama cree que
dejará el cambio climático en el viñedo de Castilla-La Mancha?
Alfonso Rodríguez Torres: Hace un par de años me
preguntaron cómo vería el mapa mundial del vino dentro de 50 años.
Evidentemente no lo veré, así que contesté que no me lo imaginaba muy distinto
a como lo describió el informe de la Universidad de Austin en 2012, con más
territorios con potencialidad para el cultivo de la vid pero que también
situaba en ese mapa a España y, por supuesto, Castilla-La Mancha. Mantengo lo
que dije: habrá más oferta y más competencia.
Respecto a la situación en Castilla-La Mancha, tengo
un enorme deseo y una fe increíble en que nuestro sector vitivinícola va a
seguir estando en primera línea. Somos una región, posiblemente la más
vulnerable de Europa al cambio climático y, aunque aún nos queda mucho por
andar y sin descartar pérdidas en superficie de viñedo, que espero sean
mínimas, se puedan compensar con nuevas zonas para la producción, pero sobre
todo abogo por el mantenimiento de las actuales en base a la adaptación.
Tenemos una potente industria agroalimentaria donde
el sector vitivinícola ocupa un puesto destacado, con un ingente capital humano
que sabe que el vino es un producto mediterráneo que llevamos siglos
haciéndolo. Si en el desierto del Neguev se produce buen vino, ¿por qué no
vamos a seguir produciéndolo aquí?
Fuente: MarianoCebrián - abc.es/espana/castilla-la-mancha
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