El funcionamiento de la cadena alimentaria cuenta con muchos eslabones: agricultores, ganaderos, pescadores, industria, distribución…
Su permanencia en el tiempo o, lo que es lo mismo, su sostenibilidad, se sustenta en tres pilares: social –de las personas–, económica –rentabilidad– y ambiental –relacionada con el uso de los recursos naturales–. Con frecuencia escuchamos que el más débil es la producción agrícola y ganadera porque está integrada en su mayoría por pequeñas empresas familiares cuya actividad se localiza en el medio rural.Pero esta producción primaria lleva alimentando a la humanidad desde hace miles de años, utilizando recursos naturales –básicamente suelo, agua, territorio, aire y sol– y reutilizando sus residuos para fertilizar cultivos y mantener procesos.
Es cierto que en el siglo XX, a medida que aumentaba la
población mundial, se incorporaron nuevos modelos de producción que han
requerido una utilización más intensiva de los recursos del entorno. Y también
se aplicaron innovaciones tecnológicas y organizativas que mejoraron la
eficiencia en los procesos y, particularmente el uso de estos recursos. Entre
las primeras destacaron las basadas en la genética, la nutrición, el control de
plagas y enfermedades o el manejo del agua. Entre las segundas, la dimensión,
el control de procedimientos o la comercialización.
Al mismo tiempo, el propio ajuste de costes obligó a minimizar la utilización de insumos reduciendo orgánicamente los impactos ambientales. Esto se tradujo en un recorte de las emisiones de gases de efecto invernadero, del uso de fertilizantes, del gasto de agua o de la necesidad de hectáreas por kilo de producto vegetal o animal que se pone a disposición del consumidor.
El nuevo siglo le pidió a agricultores y ganaderos –igual que al resto de actividades económicas– alargar la vida útil de los recursos naturales a través de la economía circular, minimizar el desperdicio, proteger la biodiversidad y, sobre todo, cuantificar y medir todos los progresos que se realicen en el ámbito de la sostenibilidad. En definitiva, los países desarrollados llevamos décadas aplicando tecnologías productivas que avanzan hacia la reducción de impactos en el entorno.
Y en una sociedad como la española, cada vez más urbanizada y desconectada del medio rural, se nos olvida que detrás de los alimentos que llegan a nuestra mesa hay personas, agricultores y ganaderos, que viven en entornos rurales que exprimen los esfuerzos para seguir dándonos de comer.
Por ello, debemos valorar iniciativas como los premios Big Good, de McDonald's, que da visibilidad a esos profesionales, a su trabajo diario y su importancia en nuestra sociedad como actores imprescindibles y necesarios para que dispongamos de alimentos sostenibles, competitivos e igualitarios en nuestras mesas todos los días, con independencia de que suframos una pandemia o un temporal que bloquee nuestra economía.
Además, la decisión de lanzar una convocatoria, con la
que McDonalds reconocerá y premiará a agricultores y ganaderos que hayan
implantado en sus granjas prácticas sostenibles avanzadas, permitirá mostrar el
esfuerzo del sector primario de nuestra economía para que las futuras
generaciones tengan acceso a los mismos recursos que disponemos en la actualidad.
Acciones de este tipo impulsan la sostenibilidad en la producción agraria.
Fuente: Manuel Lainez - eleconomista.es/opinion
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