Dadas las
interrelaciones del agua con las distintas dimensiones del desarrollo, suele
afirmarse que no hay desarrollo sostenible posible sin una apropiada gestión
del recurso hídrico. En efecto, y sin pretender ser exhaustivo, de manera
directa o indirecta, el agua es determinante para el acceso a oportunidades de
mejor salud y nutrición (ODS 3 y ODS2), y condición de primer orden para las
agendas de reducción de la mortalidad infantil, la desnutrición y el hambre,
flagelos latentes en muchas regiones del planeta. Además, este preciado recurso
posibilita el 70% de las energías renovables (ODS 7) y, contar con la misma
dentro del predio hogareño, promueve el acceso a una vivienda digna (ODS 11).
Asimismo, disponer de agua en el hogar reduce la probabilidad de inasistencia a
la escuela de niñas y niños (ODS 5), fortaleciendo la agenda de aprendizajes
(ODS 4) y el futuro acceso de dichas poblaciones a trabajos plenos y de mayor
calidad cuando alcancen edad suficiente (ODS 8).
La Agenda 2030 posee un enfoque intersectorial. Cada vez
es más visible que el incumplimiento de una meta asociada a un determinado
objetivo de desarrollo sostenible afecta el logro de las metas de otro
objetivo. Por lo tanto, es relevante reflexionar sobre la intersectorialidad
existente entre el agua, los sistemas alimentarios y la salud y, bajo dicho
entendimiento, insistir en ponderar este valioso recurso en su justa
medida.
En
particular, con respecto al objeto de este artículo, cabe resaltar que el agua
es fuente de alimentación. Posee nutrientes y minerales varios (calcio,
fluoruro y magnesio) que son necesarios para una nutrición y desarrollo en el
curso de vida adecuados. Además, posibilita el 40% de la producción de
alimentos del mundo por medio del riego del 20% de la superficie agrícola, a la
vez que es insumo preponderante para la gestión de la cadena alimentaria. Por
ello, la productividad agrícola (ODS 2.3) y la sostenibilidad de los sistemas
agrícolas (ODS 2.4) dependen de la disponibilidad adecuada y la buena calidad
del agua.
Los sistemas alimentarios, por su parte, condicionan el
cumplimiento de las metas del ODS 6. Un ejemplo de ello corresponde al
desperdicio de alimentos: anualmente se producen 630 millones de toneladas de
alimentos aptos para consumo humano en países en vías de desarrollo, de los
cuales cerca del 40% se desperdicia en los niveles post-cosecha y de
procesamiento de alimentos. Ello, además del enorme costo de oportunidad en un
mundo adonde el hambre sigue presente, tiene alta incidencia en la
contaminación de los cuerpos de agua debido al bajo porcentaje de plantas de
tratamiento de aguas residuales y de rellenos sanitarios existentes en los países
en vías de desarrollo. Otro ejemplo responde a los hábitos alimenticios, los
cuales condicionan la producción de alimentos: el arroz, el maíz, la soja y el
trigo son cultivos altamente demandantes de agua y de masivo consumo, pero a la
vez bajos en macro y micronutrientes, además de que son frecuentemente vendidos
en conservas con alto nivel de grasas saturadas y azúcares.
Esta visión interrelacionada y sistémica se contrapone
con el nivel de avance en el cumplimiento de las metas asociadas a los ODS. Diversos
análisis dan cuenta de que la mayoría de los países en desarrollo no está en
camino para alcanzar el ODS 6 sobre cobertura universal de agua y saneamiento,
ni el ODS 2 sobre erradicación del hambre. Según datos recientemente dados a
conocer por el Programa de Monitoreo Conjunto OMS-UNICEF (JMP, 2021), dos mil
millones de personas en el mundo carecen de acceso al agua gestionado en forma
segura, y 768 millones de personas sufren hambre, lo cual explica un
crecimiento de más de 100 millones comparado con el año 2019 (FAO, 2021).
América Latina y el Caribe, región en la cual trabaja
CAF-banco de desarrollo de América Latina, no es ajena a este preocupante
panorama mundial. En efecto, esta región de persistente desigualdad y
manifiestas vulnerabilidades sociales, económicas y climáticas sufre la llamada
triple carga de malnutrición: (i) prevalencia de desnutrición, (ii) creciente
población con sobrepeso y obesidad, y (iii) carencia de micronutrientes,
situaciones que en contexto de pandemia se han dificultado significativamente.
En 2015, el hambre en la región afectó a 36 millones de personas, y escaló a 46
millones en 2019, pero se estima que con la pandemia habría alcanzado a 60
millones de personas en el 2020 (FAO, 2021). En materia de agua potable, a pesar
de los esfuerzos realizados en los últimos 15 años, aún 161 millones de
latinoamericanos no tienen hoy acceso al agua administrada de manera segura y,
de éstas, 17 millones de personas no tienen siquiera acceso básico al agua
(JMP, 2021).
¿Qué
estamos haciendo desde CAF y qué necesitamos hacer entre todos?
Desde CAF, en el marco de nuestra Estrategia de Agua,
hemos venido apoyando considerablemente al sector de agua potable y riego en
diferentes países de América Latina y el Caribe. Es a partir de la
implementación de dicha estrategia, fundada en el concepto rector de seguridad
hídrica, que estamos apoyando a hacedores de política sectorial y operadores de
agua en la planificación, preinversión, inversión y operación de proyectos de
agua de diversa naturaleza, entre los cuales destacaría el programa MiAgua en
Bolivia, habida cuenta que incluye suministro de agua potable a nivel rural, a
la vez que incorpora medidas de adaptación tales como la protección de cuencas
y proyectos de micro-irrigación para la agricultura familiar. Recientemente,
hemos complementado el alcance de este exitoso programa con la incorporación de
un componente dedicado a fortalecer los hábitos higiénicos y nutricionales a
nivel del hogar, bajo el proyecto Creciendo con Agua Segura (CAS). A lo largo
de cuatro fases de implementación, entre 2011 y 2020, el MiAgua ha beneficiado
a 2 millones de personas y ha posibilitado incrementar la cobertura de agua
rural en al menos 10 puntos porcentuales. Asimismo, destacaría el aporte del
programa MiRiego que también cuenta con apoyo técnico y financiero de CAF, y
que mediante soluciones de riego tecnificado por aspersión o goteo ha
posibilitado que Bolivia incremente su área de riego en más de 72 mil
hectáreas.
De esta manera, mediante el apoyo de CAF se busca
articular acciones intersectoriales que contribuyen al acceso al agua potable
con medidas tendientes a la seguridad alimentaria y nutricional, bajo el
concepto de gestión agrícola sensible al agua.
Dentro de los retos por delante en el vínculo
agua-salud-seguridad alimentaria, destacaría la oportunidad de focalizar
esfuerzos en la gestión de las pérdidas de agua de los sistemas agrícolas, así
como en la necesidad de afrontar un trabajo interdisciplinario afín a reducir
el desperdicio de alimentos más allá de la parcela, iniciativas cónsonas con la
necesidad de fortalecer la sostenibilidad ambiental de los sistemas
alimentarios.
Para lo anterior, es particularmente relevante generar
instancias de reflexión e intercambio de conocimiento y aprendizaje de
lecciones, agenda en la cual la Semana Mundial del Agua de Estocolmo, que
anualmente reúne a expertos, tomadores de decisión, innovadores empresariales y
emprendedores de diversos sectores y países, es una instancia propicia, en la
que CAF estará activamente presente. Este año, bajo el lema “construyendo
resiliencia más rápidamente” (Building Resilience Faster)
tendremos la oportunidad de crear conciencia y consensos necesarios para
estrechar lazos de cooperación y encontrar los mecanismos apropiados para pasar
de la planificación a la acción.
Fuente: huffingtonpost.es


Aprodel CLM

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