El éxito de un emprendimiento es un asunto complejo de cuantificar. Para algunos, la parte más valiosa puede ser el factor económico que se obtiene tras varios años de esfuerzo, señala Luis Arandia.
Ser emprendedor es un
arduo camino, no hay atajos, ni recetas secretas. Cada camino es uno en sí
mismo y diferente a todos los demás. Para recorrerlo se requiere de
preparación, entrega y aprender de los fracasos. Cuando alguien decide
emprender debe estar dispuesto a pagar el precio, lo que significa vivir unos
años como muchos no lo harían, para luego vivir como muchos no podrían.
El éxito de un
emprendimiento es un asunto complejo de cuantificar. Para algunos, la parte más
valiosa puede ser el factor económico que se obtiene tras varios años de
esfuerzo; otros consideran que el valor social que aporta la empresa o el
legado que deja a la comunidad es lo verdaderamente relevante, otros apuestan
por todo: ganancia y legado.
Ninguna opción es más
legítima que otra. El éxito radica en analizar lo que está detrás de alcanzar
la meta. La visión, el liderazgo, la flexibilidad o a veces hasta la resiliencia
de soportar que, en diversas ocasiones, no tienes ni para pagar la nómina o la
renta del local. Estos son los factores que te moldean para que desarrolles al
máximo tu potencial, dejes un legado y consigas tus objetivos.
Siempre te dicen que para triunfar es imprescindible
hacer negocios utilizando los cincos sentidos: vista, oído, olfato, tacto y
gusto. Todos los emprendedores aprenden a agudizarlos sobre la marcha. Y
entonces, pueden ver ‘oro’ en donde los demás ven cobre, pueden oler las flores
en el desierto o tocar el éxito aun cuando esté en un horizonte lejano.
Estos cincos sentidos
que tenemos todos se súper desarrollan cuando se trata de emprender y pueden
llevar los proyectos a un lugar muy favorable, pero no se trata de crear ideas
buenas, sino brillantes y para esto hace falta algo más de que cinco sentidos,
se necesitan nueve.
Y no me refiero a los sentidos de
tipo ‘interoceptores’, esos como la sinestesia o la propiocepción, sino a otro
tipo de sensaciones interiores que todo emprendedor que quiera ser brillante
debe llevar consigo.
5+4=9
El primero de ellos, y el más
fundamental, es el sentido común. Hay que trabajar más con esta
lógica que nos permite discernir entre lo bueno y lo malo, distinguir lo
valioso que es para nuestra sociedad un emprendedor íntegro, honesto y con
principios inquebrantables.
Posteriormente, está el sentido
de la oportunidad. No se trata sólo de buscar una opción para hacer
que el proyecto crezca o aprovechar un tiempo preciso para expandirnos, en
ocasiones debemos generar las oportunidades si es preciso.
Debemos tomar más
riesgos calculados, sobre todo cuando el propósito sea noble y nuestro objetivo
de emprendimiento sea impactar positivamente en la sociedad.
Hay un sentido que desarrollamos muy poco y es el humor. En este
camino del emprendimiento enfrentamos un número considerable de momentos
adversos, pero, independientemente del resultado, siempre hay que interpretar
el hecho con un buen sentido. ¡Qué aburrida sería la vida si no pudiéramos
reír! A veces hay que reírse hasta de uno mismo para ver las cosas desde otro
ángulo.
Un emprendedor que ve
con buena actitud sus desaciertos se recupera más rápido de la adversidad.
Incluso puede cometer menos errores e inspirar a los colaboradores para que
sean más creativos y que esos fracasos (sin importar cuánto duelan) se
convierten en enseñanzas. Es de humanos errar, pero también es de humanos
aprender.
Y por último, está el
sentido de la responsabilidad. Todos los emprendedores nos debemos a alguien, ya sea a
nuestra familia, a la sociedad o a nosotros mismos. Hay que mantener el
equilibrio entre el emprendimiento y el propio proyecto de vida. Estar en
armonía facilita el camino al éxito. Cada decisión conlleva de manera implícita
una responsabilidad.
En esta vida nos
desarrollamos con cinco sentidos, pero para el emprendimiento hay que aprender
a vivir con cuatro más. Nadie dijo que sería fácil, lo difícil es hacerlo cada
día, pero la recompensa vale totalmente la pena.
Fuente: Luis Arandia
- expansion.mx/opinion
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