jueves, 15 de mayo de 2014

El “desarrollo sostenible”: ¿Concepto o slogan?

 
 
A pesar del consenso que hay alrededor del concepto, existen muchas dudas respecto a la adecuada aplicación del mismo a la sociedad actual. 


 
Los antecedentes de la formulación del concepto de “Desarrollo sostenible” se remontan a los años sesenta cuando se tomó conciencia de la existencia de problemas ambientales de escala planetaria que podían poner en peligro el futuro de la vida.
 
Curiosamente los primeros viajes espaciales ayudaron a percibir con nitidez el carácter limitado y cerrado de nuestro planeta, ilustrado con la metáfora de la “nave espacial Tierra”. Fue precisamente la preocupación por “Los límites del crecimiento”, título del conocido Informe al Club de Roma de 1972, en una época de encarecimiento de las materias primas y el petróleo, la que generó un debate sobre la viabilidad del crecimiento continuado, que enlazó con otra preocupación, la del desarrollo humano, en la Conferencia Mundial de Estocolmo en 1972.
 
En los años setenta M. Strong e I. Sachs sugieren el concepto de “Ecodesarrollo”, entendido como un desarrollo basado en una teoría económica renovada mediante consideraciones ecológicas. Se trataba de un término de compromiso para conciliar el deseo de crecimiento de los países pobres con el respeto a los ecosistemas, pero fue finalmente sustituido por el de “Desarrollo sostenido o sostenible”. 
 
La Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza propuso en 1980 una Estrategia Mundial que hacía indispensable la conservación de los recursos vitales y la diversidad para alcanzar un “desarrollo que fuese sostenible”. Se constataba que la Naturaleza se había revelado finita en términos de espacio global y de tiempo, por lo que el modelo de desarrollo vigente no podía universalizarse ni perdurar. El Desarrollo Sostenible surgió así del acuerdo entre quienes creían que proteger la Naturaleza y luchar contra la pobreza no eran objetivos contrapuestos sino complementarios, integrando desarrollo y medio ambiente. 
 
El hito definitivo en su formulación actual fue, como es bien conocido, la creación de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo (CMMAD) en el seno de Naciones Unidas bajo la Presidencia de G.H. Brundtland, quien dio nombre popularmente al Informe final de 1987 cuyo título oficial es “Nuestro futuro común”. En él se definía el “Desarrollo sostenible” como aquel que “satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias”. Se introducía la existencia de limitaciones en la biosfera, tanto de disponibilidad de recursos como de capacidad de absorción de residuos, para satisfacer esas necesidades, aunque se advertía que los límites dependían del estado de la tecnología y la organización social.
 
Se manifestaba la preocupación por la crisis del medio ambiente, que se interpretaba como provocada fundamentalmente por la pobreza y la superpoblación, pero el Informe concluía que era posible una nueva era de crecimiento económico, incluso indispensable para aliviar la pobreza, que habría de fundarse en políticas que sostuviesen y ampliasen la base de recursos, con un menor consumo de materiales y energía. El “Desarrollo sostenible” se asimilaba a una nueva etapa de crecimiento económico basado en el ahorro de energía y recursos, mediante un uso más eficiente y el reciclado de materiales. 
 
Algunos autores destacan como aspectos positivos que se plantease el problema de los límites o, en general, una reflexión sobre las implicaciones ambientales del desarrollo, incluso para las generaciones venideras con una perspectiva altruista. 
 
Las críticas a esta formulación del “Desarrollo sostenible” son numerosas. Por ejemplo es difícil anticipar las necesidades futuras y cuestionable que la generación actual decida por las venideras de forma desinteresada. Por otra parte se constata la existencia de límites y al tiempo se exhorta al crecimiento para reducir la pobreza e invertir en medio ambiente. Para el economista ecológico H. Daly, el Informe Brundtland al considerar el crecimiento económico, incluso previendo objetivos concretos que llega a cuantificar, como un elemento del “Desarrollo sostenible” debería hablar con más propiedad de “Crecimiento sostenible” aceptando la contradicción implícita ya que es imposible un aumento continuado en un sistema finito. 
 
Es cierto que se hablaba de un crecimiento “diferente” pero no se especificaba cómo sería, y aparentemente la política para lograrlo no difiere de la que ha ahondado las diferencias entre ricos y pobres y puesto en peligro el medio ambiente. Además se corre el riesgo de reducir los problemas de la pobreza y la destrucción ambiental a términos demográficos: hay demasiada gente y recursos escasos y por ello se sobreexplotan. Se pretende ignorar que a escala planetaria habría recursos suficientes para la población actual y que el impacto sobre los recursos y el medio natural depende de la capacidad de consumo de las personas y no tanto de su número.
 
En todo caso el uso del concepto de “Desarrollo sostenible” se ha popularizado hasta el punto de ser considerado un “slogan generalizado con éxito”, aunque hay quien cree que forma parte de la retórica política y que tiene carácter de concepto ideológico-político más que teórico. Ya no puede considerarse ni desconocido ni marginal y de hecho forma parte de la “imagen corporativa” de muchas empresas, incluyendo algunas cuyo compromiso ambiental es por lo menos dudoso.
 
 
 
 
 

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